En cuanto nacemos ya recibimos el primer palo de los muchos que nos van a dar durante nuestra vida, nada más llegar nos obligan a llorar. Tendríamos que llegar al mundo con un folleto que diga :» Como ser feliz mientrás vivamos». Cuando compramos un artilugio que no sabemos utilizar siempre hay un manual con explicaciones ¿porqué entonces no nos dan uno cuando vamos a enfrentarnos con una tarea tan complicada como es vivir nuestra propia vida? Que no me hablen de libros de auto-ayuda, sucedaneos de la dichosa guía explicativa , ni de psiquiatras, ni de psicólogos seudo-mecánicos de nuestro interior averiado; nada ni nadie puede introducirse en nuestros más recónditos rincones y cuando nos atrevemos a dar el paso en casos desesperados no sabemos ni por donde empezar. Conclusión: apañate como puedas.

Las buenas almas compasivas te bombardean con sabios consejos: come, bebe, duerme, no pienses, sal y distráete, date tiempo…Cuando en realidad no puedes tragar con tu estómago hecho un nudo marinero, tienes ojos de buho al acecho por miedo a dormir, te asaltan recuerdos sangrantes y tu única distracción es darle vueltas a tus peores vivencias y tu tiempo se ha detenido. Luego aparece un Freud pasado de rosca: no es para tanto, la vida es así, lucha. Resumiendo, una serie de palabras huecas que no hacen más que aumentar tu empanada mental, te suenan a chino y acaban con la poca cordura que te queda; claro que como eres una persona educada escuchas con fingido interés toda esta monserga con una sonrisa estúpida y asientes con la cabeza mientras te agobias más y más.Por más inri has de adivinar quien actúa con el corazón o quien tiene oscuras intenciones de aprovecharse de tí y con este embrollo de sentimientos tu objetividad ha desaparecido como por arte de magia. Sin olvidar los «caritativos» que pretenden aniquilar la poca voluntad que te queda y cuando te das cuenta estás hecha un guiñapo con una idea fija: acabar con todo. Pero con tu mala racha, acabas en un hospital llena de tubos, frustrada, con la autoestima por los suelos y broncas a diestro y siniestro. Tienes el cuerpo y el corazón rotos a pedacitos, con tanta vulnerabilidad tu alma queda desprotegida y recibes nuevos golpes como estos sacos empleados por los boxeadores, cada puñetazo desgasta un poco más la tela que acaba reventada esparciendo la arena por el suelo, sólo que no existe ninguna escoba para limpiarla ya que son partículas de tí misma y vuelta a empezar…Escuchas en silencio, ni siquiera asientes descarnada por la carga de emociones agotadoras y piensas, reprimiendo las ganas de gritar  «¡Ya me gustaría veros en mi lugar, pandilla de falsos profetas, lo que yo quiero es una lobotomía, viva la amnesia permanente!»  Pero vuelves a tu casa vacía, lloras, sabes que estás viva porque respiras con angustia, eso sí,  pero por dentro estás muerta e intentas seguir sin dar pie con bola y si consigues dormir, tu cama vacía es un barco abarrotado de fantasmas intocables y navegando sin rumbo en un mar de desesperanza.

Buscas con apremio una compañía masculina que te demuestre ternura que pronto se convierte en sexo con la consiguiente confusión de sentimientos de culpabilidad e incremento de la soledad más absoluta; pero sigues a la caza porque venderías tu alma por un simple abrazo de afecto puro, sintiéndote utilizada sin darte cuente que eres humana y viva. No consigues relacionarte, tienes paranoias y te conviertes muy despacito en un bloque de hielo apartándote de tus amigos porque posees la lucidez de los desesperados y que no los quieres dañar. Envidias a los «locos» que viven en un mundo a su medida, libres a su manera sin sentimientos ni memoria.

 ¿Cuántas personas cuerdas van por el mundo como los perros abandonados pidiendo con la mirada una simple caricia y un viejo hueso roído? Cualquier señal de amor aunque fingida es un tesoro.

Y un día cualquiera te das cuenta que has perdido el combate, que el árbitro de nombre Vida ha contado hasta diez, que no te has levantado por falta de motivación y acurrucada en el suelo te haces la muerta para eludir más golpes.

Tu único consuelo es tener la certeza que nada ni nadie es eterno y aprendes a esperar con infínita paciencia a que llegue tu hora sin precipitar los acontecimientos. Sabes que el ascensor en que se ha convertido tu vida sube y baja sin parar y que algún día, bendito sea, se romperán los cables desgastados con tanto vaivén y caerás al eterno vacío que tanto anhelas; al fin tu caballo desbocado caerá en el profundo precipicio del descanso.

Por eso sería bueno nacer con un manual que  nos guíe  hasta el lugar donde va todo lo inservible cuando sólo sobrevivimos:  a la basura del infínito olvido.

Escrito el 1 de Marzo del 2004.