Me gustan los cementerios, no por una cuestión de morbo simplemente por encontrar en éstos sitios una paz que emana de cualquier parte del suelo con corrientes telúricas, no en vano elegían nuestros ancestros un terreno propicio y admirar unas verdaderas obras de arte en memoria de los difuntos amados y recordados.

Me gusta mirar las tumbas antiguas, sencillas y olvidadas con sus cruces de hierro cubiertas por el color amarillento del paso de los años y desgastadas por la intemperie; siempre tengo un pensamiento piadoso para los seres mayores o jóvenes que yacen bajo tierra, seres que me precedieron, que dejaron su cuerpo para volar hacia la eternidad del universo, puede que nos hayamos conocido, que hayamos compartido un viaje terrenal y que nos volvamos a encontrar sin saber que fuimos contemporaneos. Miro con amor fotos en blanco y negro de hombres, mujeres y niños, fotos que intentan contar su historia y me producen una inmensa ternura. Sé perfectamente que debajo de las humildes y roídas losas no quedan más que un montoncito de huesos, antaño cubiertos de piel, fueron seres que vivieron lo mismo que yo, amaron, disfrutaron, sufrieron, rieron y lloraron. La memoria es parte de nuestra vida y olvidar un finado le provoca una segunda muerte: la del olvido.

El jueves pasado fui a Alcañiz y antes de volver a casa me dí una vuelta por su cementerio, la parte nueva no me llama demasiado la atención, lápidas modernas sin nada que contar, flores frescas y recuerdos recientes de los familiares; me gusta mucho más la parte antigua. Recorrí la avenida central, las calles adyacentes hasta llegar a la fosa común donde descansan los más desamparados, los que de verdad necesitan un pensamiento en particular. En éste lugar, rodeado de regias y casi ostentosas tumbas, una persona con un mínimo de corazón se da cuenta que en verdad la muerte no es igual para tod@s nosotr@s: algun@s son alabad@s con panteones magníficos, otr@s se echan lo mismo que un saco de patatas en medio de escombros. Sin remedio nos ponemos a pensar que a pesar de todo sólo descansan «envolturas» y no deja de ser un consuelo.

Para mi sorpresa la pesada losa estaba corrida y me asomé, lo que vi me produjo un montón de sensaciones, mis sentimientos se atropellaban cuales caballos desbocados: un cuerpo bastante reciente yacía tirado, sí tirado en medio de trozos de piedras, papeles y no sé qué más, o sea basura pura y dura. Miraba el cuerpo de un hombre cuyo traje de domingo envolviendo su cuerpo más liviano si cabe. Le habían echado de cualquier manera, casi en posición fetal, sólo se le veía la cabeza y las manos. No me dio miedo ni asco, sólo me indigné que se tratase de ése modo un ser humano como yo.

El vigilante no estaba, era la hora de comer, no llevaba ni movil  ni máquina de fotos…Mi primera intención fue denunciar al ayuntamiento, poner un artículo en el periódico local, (mi cerebro bullía)  en aquel momento hubiese movido cielo y tierra para que ése ser tan humano como cualquiera tuviera derecho a su inalienable intimidad.

Que no me digan que somos todos iguales, es una falacia. ¿No tenemos derecho a que nuestro «vehículo» desaparezca» lejos de las miradas de extraños? El pudor no existe sólo cuando vivimos. Y claro, sin pruebas fehacientes, me encontré atada de pies y manos. A mí desde luego no me gustaría que me pasase, opino que TOD@S   tenemos unos derechos y el primordial es una cierta intimidad hasta en el más allá. La verdad es que me ha costado digerir lo que vi. A mi no me interesan en absoluto las vivencias de ése hombre pero fue un niño parido por una mujer, una infancia, una adolescencia y toda una vida, por ello se merece un respeto hasta la eternidad. Hoy le he puesto una de «mis velas» a mi esposo, era un ser olvidado, que él le de al otro lado lo que no tuvo seguramente en su última hora. Un montón de preguntas me asaltaban sin compasión: ¿Murió solo y abandonado? ¿Le ayudaron a emprender el gran viaje? ¿Se acordó alguien o ninguna lágrima compasiva de alguna mejilla amorosa? Está claro que por mucho que hayamos aprendido tenemos apego a nuestro vehículo, todos el momento supremo necesitamos amor, una ayuda, el último beso de despedida.

Desde luego y con éso termino, este hombre hecho un pobre guiñapo quedará en el cajoncito de mis recuerdos tiernos, pido y pediré por él, al menos quedará vivo a través de mi amor hacia su memoria. No sé, ni sabré siquiera su nombre pero deseo de todo corazón que allá dónde esté se encuentre rodeado de lo que le faltó. 

Dedicado a todos los seres olvidados, que encuentren lo que únicamente se necesita: AMOR.

av (2)