Vivimos en un tiempo de materialismo y consumiendo a diestro y siniestro comprando cosas y objetos absolutamente inútiles que dejamos olvidados en un rincón.

¿Y estos objetos entrañables que guardamos como oro en paño, aquellas pequeñas cosas sin ningún valor económico pero que para nosotros son tesoros?

¿Quién no conserva algo cargado de recuerdos por muy insignificante sea?

Puede ser cualquier cosita relacionada con nuestra infancia, un acontecimiento especial, un regalo lleno de amor o simplemente algo que nos enamoró a primera vista y que compramos en un arrebato.

Aquella muñeca de porcelana y pasada de moda que nos regalaron cuando éramos niñas… Su mirada melancólica nos recuerda los dulces momentos cuando la mecíamos canturreando nanas aprendidas con nuestra madre, con su pelo ralo de tanto peinarla mientras que sin darnos cuenta aprendíamos el arte de ser futuras mamás.

Aquel caballo de cartón medio despintado por largas cabalgaduras luchando contra enemigos que sólo veían nuestros ojos infantiles y con nuestro padre de fiel escudero.

Aquellos peluches raídos, descoloridos y casi siempre mancos, tuertos o sin pata…

Aquel viejo tocadiscos testigo de nuestros primeros bailes y puede que de nuestro primer beso robado en la penumbra de una fiesta.

Aquella flor marchita, regalo de un amor adolescente cuando creíamos que la juventud es eterna.

Aquella pulsera grabada con una fecha inolvidable, nuestra primera joya, premio a nuestros éxitos universitarios.

Aquel anillo recuerdo del principio de un gran amor que pensábamos sería eterno.

Aquellos libros de páginas amarillentas, leídos febrilmente llevándonos hacia mundos irreales y nuevos que despertaban nuestra imaginación delirante.

Aquel jarrón espantoso autoregalado sin razón especial.

Y ¿qué me dicen de estos cuadros, objetos heredados como este viejo reloj de pared parado hace tiempos inmemoriales cansado de marcar las horas muertas y repetitivas y que no pegan en ningún sitio de la casa pero que llevan impresa la historia de nuestra vida?

¡Cuánto disfrutamos abriendo cajas llenas de pequeñeces cargadas de vivencias!

¡Y qué placer hojear las páginas de albumes de viejas fotos color sepia, desgastadas de tanto mirarlas y relatando las etapas de nuestra vida, emocionándonos hasta las lágrimas!

Estos objetos son parte de nosotros y por nada del mundo imaginamos la vida sin ellos, objetos cargados de la nostalgia de tiempos otrora, tiempos de nuestra memoria.

Pero por desgracia, a veces tenemos que deshacernos por penurias o se pierden en algún traslado. ¡Qué dolor ver como se va una parte de tí!

No deberían llamarse «objetos» sino «testimonios de nuestros más grandes y vitales sentimientos»

 Son ellos los auténticos testigos mudos de nuestra vida.

Creo firmente en el respeto hacia todo lo me rodea que sean personas, animales o la naturaleza pero también incluyo este respeto por las cosas, tengan o no cierto valor para mí, sólo porque forman parte de un ser que las creó con sus manos hacendosas con un propósito de utilidad.

La vida está hecha de cosas pequeñas y humildes, acontecimientos y experiencias que sólo nos atañen a nosotros, pero cuidemos también de los objetos, todo en este universo posee su importancia hasta lo más nimio es digno de nuestro amor.