En este tiempo que se acerca la Navidad no puedo dejar de hablar de cómo ocurría cuando era pequeña, eran fiestas entrañables y muy especiales.
La primera que recuerdo con nitidez vivíamos entonces en Gabón (África) justo debajo del Ecuador. Está claro que de pasar frío nada pero mi madre se preocupaba por celebrar esta fiesta tan nuestra. Al principio del Adviento recortábamos ropa de bebé que se encontraba en una revista de compras por correo, la pegábamos en una cartulina grande: unos pañales, unas camisitas etc…y al lado escribía, mi madre por supuesto, ¡cuántos sacrificios representaban cada prenda.!
Una camisita: dos sacrificios
Un babero: un sacrificio.
Cuanto más voluminosa era la prenda más sacrificios.
Estábamos preparando el ajuar del Niño. A medida que renunciaba a algo que me costase mucho íbamos tachando las prendas. He de confesar que siendo un trasto seguramente que no terminábamos la lista y eso que al principio tenía mucho entusiasmo…
En Gabón no hay pinos pero mi padre mandaba cortar unas hojas de palmera y hacía una especie de árbol que decorábamos con lo que teníamos a mano, sobretodo conchas de mar que se encontraban en una playa cercana a nuestra casa. Ir en su busca era mejor que ir de tiendas.
Mi madre siempre llevaba en un baúl, aquellos antiguos de metal y todavía lo conservo, el Belén, eran unas figuras de tierra que ya no se encuentran, no sé donde estará, seguramente que se perdería en uno de los numerosos traslados…
El arreglo del Belen nos tomaba mucho tiempo, primero por la falta de elementos “verdes” que íbamos rebuscando en la sávana y nunca faltaban hermosas flores frescas que se iban reemplazando para que no las viera marchitas, aún creía en los milagros, pero a mí me parecía el más bonito del mundo. Poníamos todas las figuritas menos la del Niño ¡Hasta el 25 no venía al mundo! Los Reyes estaban bastante alejados, cada día avanzaban un poco en sus camellos hasta llegar el 6 de enero. Éramos muy tradicionales.
Mis padres encargaban a Francia los juguetes con bastante antelación, tenían que estar en casa para el 25 sin falta. Ahora pienso que se molestaban muchísimo, un año en particular recibí un scooter con cuatro ruedas y pedales, un juguete bastante grande que llegó en barco. Luego escribíamos una carta al Niño pidiendo lo que había elegido unos meses antes mirando los juguetes en la famosa revista de compras por correo y la metíamos en un sobre lacrado con la cartulina llena de ropita dirigida a la Virgén María. Se la dábamos al piloto del avión Cessna que era nuestro “taxi”, él era muy amigo mío y me aseguraba que él mismo la entregaría en persona quedándome tranquila. ¡Bendita inocencia de los niños.!
La Nochebuena mis padres, el servicio, sus niños y yo poníamos los zapatos, más bien dicho las sandalias, y eso quienes tenían al pie del Belén y me iba a la cama.
Al día siguiente el Niño estaba en su cunita y me había traído los regalos, no falló ni un año…
Ahora pienso con una sonriso que la mayoría del servicio era musulmán, pero supongo que sin muchas convicciones, celebraban el Nacimiento con el mismo entusiasmo que nosotros y aceptaban sus regalos con la misma ilusión. Eran otros tiempos y no son horas de nostalgia sino de recuerdos bonitos.
Recuerdo también con un poco de pena el día que supe que no existían los regalos de parte de Él. Mi madre se había encerrado en el salón con la nanny prohibiéndome entrar, desobedecí según la buena costumbre, entré y las pillé montando una cuna para mi muñeca…Todavía siento en mi corazón la sorpresa tan desagrable que me produjó aquel descubrimiento, pero creo que le dolió más a mi madre. La magia navideña se había esfumado por culpa de mi curiosidad…
Toda África ha cambiado mucho desde entonces, no sé si para bien o para mal, han pasado muchísimos años pero sigue viva en mi recuerdo tal como la dejé.
Ahora las Navidades son diferentes, son fechas nada más ya que no hay ningún niño en casa pero sigo poniendo un Belén chiquitito a las fotos de mis seres queridos, llevo años haciendo lo mismo y no les falta una vela encendida para iluminar su Navidad allá donde estén. Es mi forma particular de celebrar la Navidad.
¡Qué recuerdos tán dulces y entrañables! Al menos tengo la cabeza llena de momentos felices…
Que no importen el color, el credo o el lugar, pero que ningún niño se quede sin la magia de la Navidad.
Entrañable, especial, celebrar, entusiasmo, flores frescas, ilusión, regalos…
compartir…
Sacrificio, desagradable descubrimiento…
Quizá el problema que nos hace perder o desconfiar de nuestras mágicas habilidades presentes ya desde la infancia es que se pezuña con engaño. Engaño que se transmite en un blucle generacional, en gran medida inconsciente y desconocedor de las graves consecuencias que genera.
Desde la infancia somos explorador@s de la vida. Los desengaños pueden llevarnos a la desilución para satisfacción de los pezuñones o pueden darnos fuerzas para insistir en nuestra exploración mágica para nuestra satisfacción humana. ¿Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo? Ahora que sabemos que no existen los Reyes Magos sino pezuñones cuentistas, quizá fuera buena idea saber contar la historia de otra forma a nuestr@s hij@s y dejar que sean ell@s quienes nos enseñen la verdadera magia.
Besabrazos sin pezuñas
Jué,jué, LunaDomi-DomiLuna. Me he emocionado por ti, por mí, por Cris,…. por tantas niñas-mujer que hoy ya somos, pero que a la mínima no nos cuesta nada visualizar y revivir con ternura, muchos-muchos recuerdos.
Siempre, y aunque rueden lágrimas,las mujeres-niña adornamos el pensamiento con un “fue bonito mientras duró” y a nadie castigamos.
Yo las tuve un pelín diferentes, pero como tú, las recuerdo con ternura, y fijate Cris, en el punto de los engaños yo te digo que no me parece mal ni bien, sino que veo ahora,y desde la perspectiva del tiempo, la necesidad de vivir de ilusiones que tenian nuestros mayores. Era tan duro y esclavizante lo que observaban o sufrian, que escapaban con sueños (dentro de sueños, claro). Luego si, luego llego el mercantilismo de las festividades y de todos los sueños y lo que resultaba escapismo para el pobre o la clase “media” se lo explotaron hasta ahogar. Les/nos robaron los sueñosy las ilusiones que eran gratis y adulteraron el sentido-esencia que tenian.
Cierto Bertha. Y da la sensación de que aún nos queda por generar unos cuantos manatiales con nuestras lloririsas para alimentar/nos y fluir con afluentes y ríos hacia el gran océano de la vida. Sensación en la que confluye tanto el intuir como el pensar y que nos lleva a explorar y no quedarnos varadas en la orilla.
Como bien dices no se trata de enjuiciar si estuvo bien o estuvo mal, puesto que en gran medida lo que también percibimos fueron las buenas intenciones de nuestras generaciones pretéritas, en esa y en otras muchas cosas. Y es ese aprendizaje el que podemos, debemos y queremos recoger como herencia de nuestras tradiciones y de otras vidas que, sin pretenderlo, fueron sólo medio vividas.
Y ahora, mientras navegamos en estos tiempos y espacios y tratamos de no participar en el naufragio que han escrito con mucha sangre ajena en algunas agendas pezuñantes, volvernos niñas y a la vez madres y también abuelas. Un triángulo generacional vibrando en nuestro corazón, en un juego donde en cada vértice somos maestras y aprendices de algo que indudablemente existe: la MAGIA. Magia desde nuestro prisma de mujer, la naturaleza física que hemos elegido para capitanear nuestra vida y que nos proporciona un sentir, un pensar y un hacer genuino.
Como también es muy importante la colaboración mutua con la travesía del barco de los hombres, niños, padres y abuelos, son su propia y auténtica magia y creatividad. De esa forma entre tod@s podemos llegar al encuentro en la orilla del océano de la Humanidad, donde la edad y/o el género sólo son herramientas para respetar, admirar y bañarnos en cada ola del mágico compartir de nuestra creativa individualidad.
Besabrazos de lloriríos. Va por tod@s nosotr@s.
Muy bonito hermanitas, gracias desde mi corazón que aún conserva una pequeña parte de niña. La magia sigue existiendo pero en otra dimensión mas profunda y también en cositas diarias, como ver a Chip correr, brincar y jugar con los gatos y sus juguetes. El desencanto intenta salir a la superficie pero no debemos dejarlo aflorar, sólo nos gana la partida a ratitos cortos cuando nos pilla desprevenidos, todo depende de nosotros. Es ley de vida.
Abrabesos y lloririsas…
Bertha, ¿recibes mis mails?